lunes, 8 de septiembre de 2008

ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO AL PAPEL DE LOS MILITARES EN LA HISTORIA DE IBEROAMÉRICA

Los militares constituyen uno de los grupos sociales y de poder que conforman la sociedad iberoamericana. Luis Mercier da unas pequeñas pinceladas de forma sucinta al final de su libro Mecanismos de poder en América Latina, afirmando que muchos de ellos proceden de la pequeña burguesía, los de baja graduación, o de la oligarquía, los grados elevados. Además, dice que se trata de un sector social ultrarreaccionario, estrechamente coaligado al imperialismo norteamericano, y que, a través de un golpe de Estado o cuartelazo obstaculiza o neutraliza a las fuerzas populares. Estas ideas, claro está, son muy generales, y por lo tanto discutibles y matizables dependiendo del momento y el lugar del que hablemos.


Antonio López de Santa Anna. Personaje central de México en la primera mitad del siglo XIX.




Algunos autores afirman que el ejército o fuerzas armadas constituyen la expresión de las clases medias, aunque para otros, por ser su misión constante la de defender el orden, dependen de las clases privilegiadas (oligarquía). Sin embargo, cabe decir a esto que estas dos interpretaciones son compatibles.


Juan Manuel de Rosas. Gobernó la provincia de Buenos Aires entre 1830 y 1852.



El ejército, al igual que cumple con sus funciones estrictamente militares, también representa papeles civiles. El ejército aparece como la garantía y símbolo de la nación. Así mismo, el ejército va adquirir el papel de árbitro en cuanto a la ascensión y caída de los caudillos y de los líderes políticos se refiere. Sin ser un partido, el ejército puede, llegado el caso, y a través de la fuerza de las armas y por su propia organización (recordemos que el ejército es un organismo que tiene acceso a las redes de comunicación, y así mismo, y por su propia estructura, a todas las regiones del país), cumplir este papel o asumir esta función.


General Juan Vicente Gómez. Gobernó Venezuela entre 1908 y 1935.



A lo largo de los siglos XIX y XX, ha habido una evolución constante en el carácter y función de las fuerzas militares. A comienzos del siglo XIX nos encontramos con el caudillo militar, y todo oficial inteligente puede albergar la esperanza de acabar su carrera como presidente de la nación. Durante esta etapa, el partido civil (expresión utilizada por Luís Mercier en su libro antes citado), es decir, el representante de las grandes familias propietarias de tierras y minas, convertirá al ejército en su aliado y le otorgará la defensa de los privilegios que se habían hecho comunes. A medida que la sociedad fue evolucionando y se iba reduciendo el poder de la clase dominante y creciendo la presión ejercida por las clases medias, en el seno de las fuerzas armadas, la naturaleza de los nuevos problemas provocan una toma de conciencia, y el ejército debe escoger una política. Cabe decir que el ejército está además dividido en tendencias y se comporta frecuentemente de la misma forma que los partidos, sin cohesión doctrinal, ni clara visión del futuro nacional, ni definición de un programa económico o social.


Los grupos políticos considerarán al ejército como un instrumento muy útil para alcanzar sus propios objetivos, y recurrirán a las fuerzas armadas como fuente de legitimación.


Augusto Pinochet. Dictador de Chile entre 1973 y 1990.



Las fuerzas armadas han constituido durante mucho tiempo la parte esencial del aparato del Estado. Además, representan aún en algunas repúblicas el único aparato sólidamente vertebrado y pueden sustituir a cualquier gobierno civil, y en otros países, pueden oponer su veto a una forma de gobierno o a una política gubernamental que considere va contra los intereses de la nación o pueda poner en peligro su propia existencia. Esta afirmación es compartida también por Guillermo O’Donnell, que afirma que “cada vez que las fuerzas armadas ven en peligro su supervivencia, dan un golpe, hasta que vuelven a profesionalizarse y entonces retornan a los cuarteles”, y Mario Esteban Carranza está en buena medida de acuerdo con él, afirmando que la retirada de los militares “de la participación directa en el juego político está en buena medida determinada por la preocupación por asegurar la supervivencia y eventual consolidación de su organización” (esto es lo que se ha dado en llamar el espíritu de cuerpo). A esto hay que añadir que el ejército no está organizado para asegurar la totalidad del poder; puede gobernar pero administrar ya es más difícil y sólo durante un período limitado, por lo que debe ponerse de acuerdo con las fuerzas civiles, pero únicamente con aquel grupo o movimiento cuya naturaleza o programa no privasen al ejército de su papel de árbitro del poder.

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