martes, 12 de agosto de 2008

CANALETTO: EL PINTOR DE LAS VISTAS URBANAS



"Piazzetta y Bacino de San Marco" (1730-1733).


Giovanni Antonio Canal, también conocido como Canaletto (1697-1768) fue un pintor veneciano que pasó a la historia del arte por sus famosos paisajes urbanos de Venecia en los que usaba la técnica de la veduta (género pictórico muy usado en el settecento italiano que consiste en vistas urbanas siempre en perspectiva).

Desde joven, el pintor empieza a familiarizarse con los paisajes urbanos de su ciudad natal. En 1719 se desplaza a Roma donde tiene ocasión de conocer a Giovanni Paolo Pannini, otro gran pintor de la época y que también sigue la corriente vedutista. Es a partir de sus estancia en Roma cuando empieza a pintar diferentes escenas urbanas.


"Arco de Constantino en Roma" (1733).


A su regreso a Venecia empieza a realizar algunas de sus grandes obras, entre las que destacan las que realiza para Joseph Smith.

Debido a la guerra de sucesión austriaca, en 1746 se ve obligado a trasladarse a Inglaterra, donde se dedica a pintar Londres y la campiña inglesa. Finalmente, en 1756 regresa a Venecia donde muere en 1768.




¿UN BARCO DEL SIGLO XVIII CONVERTIDO EN RESTAURANTE Y DISCOTECA?

Actualmente se encuentra en la ciudad de Málaga una réplica del Santísima Trinidad (recordemos que el barco original fue hundido en la batalla del cabo de Trafalgar junto a las costas andaluzas en 1805 en el contexto de las guerras napoleónicas) como producto turístico. La réplica de dicho barco fue comenzada en Galicia y terminada en Algeciras para, postariormente, ser ubicada, como se ha indicado, en el puerto de Málaga, donde funciona como restaurante, discoteca y sala de exposiciones.

Reproducción del Santísima Trinidad en el Puerto de Málaga.


Además de la oferta de restauración, en el barco se alberga un pequeño museo en el que se enponen lienzos que reproducen la batalla de Trafalgar, sables de la época, planos de bueques, instrumentos de navegación, etc. Nuestro interés reside precisamente en el aspecto cultural e histórico del barco, puesto que es una réplica exacta del barco hundido por los ingleses en 1805.

EL SANTÍSIMA TRINIDAD, UN BARCO DEL SIGLO XVIII

Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, más conocido como Santísima Trinidad, fue el navío español más grande de su época, siendo el único barco de cuatro puentes, por lo que recibiría el sobrenombre de El Escorial de los mares. Años después de su hundimiento en 1805 en la batalla de Trafalgar, el novelista Pérez Galdós lo describía en los siguientes términos en su obra Trafalgar:


"El Santísima Trinidad era un navío de cuatro puentes. Los mayores del mundo eran de tres. Aquel coloso, construido en La Habana con las más ricas maderas de Cuba en 1769, contaba con treinta y seis años de honrosos servicios. Tenía 220 pies (61 metros) de eslora, es decir, de popa a proa; 58 pies de manga (ancho), y 28 de puntal (altura desde la quilla a la cubierta), dimensiones extraordinarias que entonces no tenía ningún buque del mundo. Sus poderosas cuadernas, que eran un verdadero bosque, sustentaban cuatro pisos. En sus costados, que eran fortísimas murallas de madera, se habían abierto al construirlo 116 troneras: cuando se le reformó, agrandándolo, en 1796, se le abrieron 130, y artillado de nuevo en 1805, tenía sobre sus costados, cuando yo le vi, 140 bocas de fuego, entre cañones y carronadas. El interior era maravillosos por la distribución de los diversos compartimentos, ya fuesen puentes para la artillaría, sollados para la tripulación, pañoles para depósitos de víveres, cámaras para los jefes, cocinas, enfermería y demás servicios. Me quedé absorto recorriendo galerías y demás escondrijos de aquel Escorial de los mares. Las cámaras situadas a popa eran un pequeño palacio por dentro, y por fuera una especie de fantástico alcázar; los balconajes, los pabellones de las esquinas de popa, semejantes a las linternas de un castillo ojival, eran como grandes jaulas abiertas al mar, y desde donde la vista podía recorrer las tres cuartas partes del horizonte.

Nada más grandioso que la arboladura, aquellos mástiles gigantescos, lanzados hacia el cielo como un reto a la tempestad. Parecía que el viento no había de tener fuerza para impulsar sus enormes gavias. La vista se mareaba y se perdía contemplando la inmensa madeja que formaban en la arboladura los obenques, estáis, brazas, burdas, amantillos y drizas que servían para sostener y mover el velamen".


Maqueta del Santísima Trinidad

EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES


Diego Velázquez: "Retrato ecuestre del conde-duque de Olivares" (1634).


Gaspar de Guzmán y Pimentel (1587-1645), conde Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor, también conocido como Conde-Duque de Olivares fue valido del rey Felipe IV.


El Conde-Duque nació en Roma en 1587, donde su padre era embajador de Felipe II, y estudió en Salamanca. En 1615 pasa a formar parte del séquito del príncipe, el futuro rey Felipe IV, quien desde el comienzo de su reinado dejará todos los asuntos del gobierno en manos de Olivares.



Diego Velázquez: "El conde-duque de Olivares".


Olivares quería recuperar el prestigio de la monarquía española en el exterior, para lo que intervino en de forma activa en la Guerra de los Treinta Años, pero también llevar a cabo una serie de reformas, radicales, en el interior. Su programa, recogido en el Gran Memorial (escrito redactado por él mismo), pretendía recuperar el poder del rey y el prestigio de la monarquía como institución.


El gran proyecto de Olivares: la Unión de Armas

La Unión de Armas fue un proyecto del Conde-Duque de Olivares que consistió en fijar el contingente militar que cada reino o territorio debía aportar para mantener la defensa de la Monarquía Española.


En el Gran Memorial de 1624, Olivares manifestó la intención de extender las leyes de Castilla a los otros territorios de la Monarquía. Uno de esos pasos era precisamente era repartir la carga humana y financiera de la defensa y de la guerra, que estaba sportada casi exclusivamente por Castilla. El plan encontró numerosos obstáculos y no se obtuvo el número de soldados previsto, sustituyendo algunos reinos el alistamiento por cantidades de dinero y, otros, como Cataluña, no participaron en ese proyecto. Así, la Unión de Armas terminaría convirtiéndose en una de las causas de la crisis de la Monarquía en 1640.

Las derrotas en el exterior y el fracaso de sus intentos de reformas en el interior, donde también existía una importante oposición a su política, terminaron apartando a Olivares del gobierno. Así, en 1643 es destituido por Felipe IV, retirándose a Loeches y posteriomente a Toro, donde murió en 1645.


Tumba de don Gaspar en Loeches.

EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES Y EL REFORMISMO DEL SIGLO XVIII



Diego Velázquez: "El conde-duque de Olivares".


Olivares intentó reformar la estructura de la monarquía para reforzar la autoridad real, gravando con impuestos a las regiones y dominando a la aristocracia, después de comprobar que el sistema de los Austrias no se adecuaba a los tiempos. La extensión territorial del Imperio español en el siglo XVII hicieron insostenibles los costes para manterner la defensa e integridad de dichos territorios. Por todo ello, el conde-duque se esforzó por fortalecer a la corona, superar al enemigo en el interior, las élites regionales y los nobles castellanos, y por integrar al conjunto de España en una monarquía centralizada. Estas reformas, desde luego radicales para la época, se emprendieron en un mal momento, cuando el rey era débil, la sociedad se mostraba reacia a los cambios y la aristocracia decidida a incrementar su poder.

Si uno se fija en la fecha de 1643, el fracaso de Olivares parace absoluto, sin embargo, sus proyectos no fueron del todo olvidados.

Con la caída de Olivares sus planes de reformas fueron derrotados pero no destruidos, es más, incluso resurgen en las décadas siguientes. A pesar de lo apuntado, no es hasta la llegada de los Borbones en 1700 cuando los ministros se atreven a realizar reformas tan radicales como las del conde-duque. En el siglo XVIII se observan muchas de las mismas preocupaciones que agobiaron a Olivares, y, lo que es más significativo, soluciones parecidas a las suyas: montes de piedad y el impuesto único, proyectos de repoblación, educación de nobles, honrar el trabajo y suavizar los estatutos de limpieza de sangrw(en este sento véase Gonzalo Anes, El Antiguo Régimen: los Borbones, especailmente pp.131 y ss.). A esto hay que añadir el interrogante de si no eran los Decretos de Nueva Planta la realización bajo condiciones más favorables del gran proyecto de Olivares para hacer del rey un auténtico rey de España. Así, aunque estas refomas estaban recubiertas de la retórica internacional propia de la Ilustración, gran parte de su contenido era producción original autóctona (tesis defendida entre otros por J. H. Elliott en El conde-duque de Olivares, pp.745-746).

SEVILLA: "PUERTO Y PUERTA DEL NUEVO MUNDO"



Sevilla en el siglo XVI.



Sevilla constituía el puerto y la puerta del Nuevo Mundo. La metrópoli hispalense era el ámbito terrestre para toda la gente de mar de la Carrera de las Indias.

En 1503 se situó en Sevilla la Casa de la Contratación, destinada a dirigir el tráfico de personas y mercancías con ultramar y, desde entonces, la ciudad fue oficialmente el puerto obligatorio de entrada y salida de embarcaciones para las Indias. Esto hizo que la ciudad creciera tanto económicamente como en número de habitantes, llegando a convertirse en una de las ciudades más grandes de Europa.

Sevilla tenía una serie de ventajas que hicieron a las autoridades decantarse por esta ciudad para monopolizar el comercio y las comunicaciones con América. Así, era el puerto más densamente poblado de la zona, donde podían extraerse marineros con facilidad y además la ciudad podía absorber y alojar la masa de población de marineros, pasajeros y comerciantes que iban a embarcarse en las flotas. Buena parte de la gente de mar eligió como asentamiento el arrabal de Triana en la orilla derecha del Guadalquivir. La ciudad también era un centro administrativo y antigua sede donde se concentraba el poder aglutinador representado or el rey. Sevilla era el centro económico del valle del Guadalquivir, que suponía la vía de comunicación natural de una de las regiones más prósperas, por su riqueza agrícola y su vida urbana, del occidente europeo. Y para financiarlo todo estaban los banqueros genoveses afincados en la ciudad desde la Edad Media. A esto se sumaba su posición de puerto interior, lo que suponía una garantía para evitar los asaltos. Sin embargo, existía un gran inconveniente, la ciudad tenía un puerto fluvial cuya capacidad para recibir navíos de gran tonelaje en plena carga era muy limitada. Por ello, aunque Sevilla fue la metrópoli indiscutible desde el punto de vista demográfico, administrativo o comercial, tuvo que compartir con otros lugares la condición de puerto de las Indias. En realidad, la gran puerta de entrada y salida hacia el Nuevo Mundo fue un complejo portuario que desde Cádiz, pasando por el Puerto de Santa María y Sanlucar de Barrameda, llegaba hasta Sevilla.

El famoso "Arenal de Sevilla", una superficie de unos setecientos metro de largo por trescientos de ancho, era el centro de la vida portuaria de la ciudad. Este Arenal era el auténtico corazón que recibía e impulsaba el flujo marítimo de Sevilla.



El puerto de Sevilla en el siglo XVI con el Arenal en primer término y al fondo Triana.

ESPOZ Y MINA

Francisco Espoz y Mina (1781-1836) fue un destacado militar español de principios del siglo XIX y cuya carrera militar comenzó en 1808 al iniciarse la Guerra de la Independencia.
Ese mismo año, se enroló en el destacamento del inglés Doyle y participó en el sitio de Jaca (1808-1809), tras lo cual se incorporó en el "Corso terrestre de Navarra" dirigido por su propio sobrino Francisco Javier Mina. En 1810 su sobrino fue capturado por los franceses, consiguiendo entonces Espoz y Mina unificar a todos los grupos de guerrilleros de Navarra. Es precisamente a partir de aquella época cuando comienza a ser conocido como el "Pequeño Rey de Navarra". Durante los años que duró la guerra contra los francesese consiguió importantes éxitos guerrilleros así como ascender militarmente.
La vuelta de Fernando VII trajo consigo la persecución de los liberales, ideas que apoyaría Espoz y Mina, como queda reflejado en el pronunciamiento de 1814 en Pamplona intentado proclamar la Constitución gaditana de 1812. Fracasado este intento tendría que refugiarse en Francia.

Tras el triunfo del pronunciamiento de Riego en 1820 regresaría de Francia y apoyaría la causa liberal, pero en 1823 tuvo que huir a Inglaterra para pasar después a París, tras ser derrotado por el duque de Angulema que dirigía los "Cien Mil Hijos que San Luís" y el cual había sido encomendado por la Santa Alianza para volver a restaurar a Fernando VII como monarca absoluto.
En 1833 regresaría a España tras la amnistía concedida por la regente María Cristina de Borbón. A partir de entonces se dedicaría a enfrentarse al carlismo en el norte de España.
Finalmente, Espoz y Mina moría en 1836, depositando después sus restos en un mausoleo situado en el claustro de la catedral de Pamplona.